Miguel Ríos llena de Rock y emoción el Palacio de los Deportes de Madrid en su despedida

Miguel Ríos aún no había salido al escenario del Palacio de los Deportes de Madrid a ofrecer el penúltimo concierto en la capital (el último será hoy) de toda su carrera, pero por los altavoces se pudo escuchar su voz diciendo: «Yo, como Granada, soy milenario». La broma, pensada para promocionar a la ciudad que le vio nacer, no deja de ser eso: un chascarrillo y un ardid publicitario. Pero expresa muy bien el calado de la carrera de un hombre que ha tardado medio siglo en decidir que se acabó lo que se daba. Miguel Ríos abandona las carreteras y autobuses a los que tanto ha cantado con devoción rockera para irse a descansar a su ciudad natal, Granada.

Pero decir adiós a una vida de vocación inquebrantable no es un acto menor. El concierto que Ríos ofreció anoche a su público estuvo a la altura de su tamaño artístico. En el mejor sentido posible, el concierto fue como un jazz funeral de Nueva Orleans: una de esas procesiones festivas encabezadas por una gran orquesta a la que familiares, amigos y viandantes se unen en un ritual catártico de música y danza enloquecidas para rendir homenaje a un fallecido. La única diferencia es que Miguel Ríos está muy vivo. Y en muy buena forma. Hay que estarlo para, con 66 años, mantener el tipo como lo hizo él en un recital de más de dos horas y media de duración al que se fueron uniendo músicos (amigos y familiares) de cinco generaciones diferentes para interpretar junto al granadino sus grandes éxitos.

El concierto cerraba una gira que había comenzado el 17 de septiembre en la ciudad de la Alhambra. En aquella ocasión el éxito de ventas fue tal que la organización se vio obligada a programar un segundo concierto al día siguiente para dar respuesta a la demanda de público. Esta vez en Madrid, las entradas se vendieron tan rápido que de nuevo un doble pase se ha hecho necesario. Así que hoy domingo Miguel Ríos estará de nuevo en el Palacio de los Deportes. Oficialmente, por última vez en Madrid. Y de nuevo con el cartel de «todo vendido».

No es fácil sostener un recital de cerca de treinta canciones. Pero Miguel puede hacerlo. Tiene ese aura de tipo indómito pero buena persona, de rebelde pero sanote que le hace admirable, entrañable, querible. Y ha convertido la veteranía en su principal baza para ganarse simpatías. «Hace ya un siglo que cumplí 60 años. Entonces compuse con mi amigo Luis García Montero este blues que quise dedicarle a la ciudad que me convirtió en lo que soy». Se refería a Cosas que debo a Madrid. Para entonces el público capitalino (intergeneracional, sí, pero con predominio de señores y señoras de mediana edad) ya estaba entregado. Ya les había saludado interpretando Bienvenidos nada más comenzar el concierto; ya había calentado motores con Nueva Ola; y ya había puesto los dientes largos a los asistentes con las colaboraciones de Jorge Salán (ex Mago de Öz) y José Ignacio Lapido (ex 091)… ¿Cuántas más estarían por venir?

Miguel sabe cómo meterse a la gente en el bolsillo. Y por eso es capaz de aglutinar en torno a sus canciones a músicos de procedencias radicalmente distintas. «Ahora voy a presentaros a una mujer increíble, con la que tengo relación desde que era una chiquilla. Pero no como Sánchez Dragó». Carcajada general. Comunión total. Sólo él puede permitirse presentar así a Ana Belén, quien se persona sobre el escenario embutida en un traje de catwoman que quita la respiración (a ella y a los que la miran). Juntos cantaron El río. También estuvo espectacular en la indumentaria (mini vestido con megahombreras) y en la potencia vocal Eva Amaral, quien interpretó Al sur de Granada. Carlos Tarque, de M Clan, quien ayer parecía una réplica española de Tom Jones, se marcó un Santa Lucía que dejó sin aliento. «Cuando yo sea menor, que volveré a ser menor, yo quiero cantar como este tipo», dijo Ríos. Pero a pesar de tener menos tablas y un nombre menos conocido, Miguel Ríos confesó que de todos sus invitados esa noche, eran Goldlake quienes estaban más cerca de su corazón. ¿Por qué? Lúa, la cantante de este dúo afincado en Brooklyn, es su hija.

Miguel Ríos es un animal escénico. A principios de los años ochenta convirtió Rock and Ríos, un larga duración grabado en directo sin una gira previa, en el disco más vendido de la historia de la música popular española.»Aquel año, fui el rey de España», recordó ayer. A principios de esta segunda década del siglo XXI sigue conmoviendo y excitando con sus dotes escénicas. Sus movimientos son menos ágiles, sí. Pero su chorro de voz es tan prístino y potente como siempre. Y, además, le arropa una gran banda: instrumentistas excepcionales que rompen a base de calidad y buen hacer la maldición española del mal sonido en los conciertos. Tres guitarras precisas y rabiosas, una completa percusión, teclista, bajo y una sección de viento hicieron recordaron ayer la coreografía rockera de la E Street Band de Springsteen. Y si Miguel no puede correr y saltar como solía, no pasa nada: ya está su principal guitarrista y director musical, el portentoso José Nortes, para deshacerse en aspavientos. «Los miembros de mi banda me pusieron como condición para unirse a esta gira que tocásemos La reina de keroseno. No sé por qué». Quizá porque saben que son los temas de raíz puramente rocanrolera, como ése, los que más pasiones desatan entre el público. Y que es ese lenguaje metarockero tan suyo, esas letras en las que habla de los clichés del género (la vida itinerante, la soledad del corredor de fondo, las bambalinas, el rock como material incombustible…) el que de verdad atrapa a sus seguidores.

Gustaron Yo sólo soy un hombre, Raquel es un burdel, El sueño espacial o Niños eléctricos, claro. Pero en El rock de una noche de verano y Rocanrol bumerang todo el público desde la platea hasta las gradas se desgañitó bailando. Cuando Rosendo Mercado apareció sobre el escenario para cantar Maneras de vivir el pabellón se venía abajo. Y fue cuando llegó el turno de versionear el Sábado a la noche, de Moris (que esta noche tocará con Ariel Rot) que los gritos se podían escuchar en todo el Barrio de Salamanca. ¿Otros momentos para recordar? Todos los amigos de Miguel unidos sobre el escenario (impagable la imagen Rosendo Mercado + Ana Belen) y 15.000 almas obedeciendo a las órdenes del maestro Ríos para hacer la ola.»Empezad por la izquierda», decía, «siempre por la izquierda». ¿Posicionamiento ideológico? Escuchando la letra de la canción con la que ha decidido poner punto final a su carrera sobre los escenarios, resulta difícil pensar que no: «Ven canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol… en que los hombres volverán a ser hermanos». Para Miguel Ríos, el Himno de la alegría sonó ayer más alegre que nunca.

La gira de despedida de Miguel Ríos continúa hoy 7 de noviembre en Madrid, el 20 de noviembre en A Coruña, 25 de noviembre en Barcelona y 4 de diciembre en Santander.

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